Sicilia, 1921…
Solamente los más viejos recordarán a Sophie, de la serie Las chicas de oro, diciendo esas palabras. Pues hoy me he visto como ella, recordando un 6 de marzo de hace más de 20 años. Debo de estar haciéndome viejo cuando Josep Albors me pica para que hable del virus Michelangelo, descubierto hace 22 años.
El virus, en sí, no era gran cosa si lo miramos desde la perspectiva del año 2013. Un virus que infectaba el sector de arranque de los discos duros de aquella época, tan pequeños que serían incapaces de almacenar una fotografía sacada con un móvil actual. Su “payload” (cuánto tiempo sin oír este concepto) consistía en borrar los discos duros el 6 de marzo de cada año. ¿Qué beneficio obtenía el creador del virus? Ninguno. Simple placer destructivo, el mismo placer que debe de sentir un gamberro cuando pega una patada a una papelera en la calle y la rompe.
El virus fue un auténtico notición. Durante bastante tiempo se estuvo especulando acerca de la cantidad de ordenadores infectados. Se habló de miles, hasta de millones. Los medios alertaban sobre la debacle informática que se avecinaba al perderse el contenido de millones de discos duros de los que, por supuesto, no se había hecho copia de seguridad.
El desconocimiento en aquellos días acerca de los códigos maliciosos propició una especie de pánico que los medios aprovecharon para llenar páginas de tabloides, minutos de radio y telediarios. La información era escasa y llegaba con cuentagotas, maximizada y lo peor: deformada.
Se decía que bastaba con conectarse a Compuserve para resultar infectado, que había que mantener el ordenador encendido desde el día 5 para no verse afectado… Todo el mundo tenía una solución, a cuál más peregrina. Y cuántas personas evitarían acercarse al PC para no contagiarse.
Y llegó el 6 de marzo de 1991. Y el mundo no se acabó. Y de los millones de ordenadores infectados, no supo nadie nada. Para muestra, un botón: un grande estadounidense, At&T, informó que de todo su parque de ordenadores (y no serían pocos), solamente se infectaron dos.
La industria antivirus aprendió, y mucho. Primero, a no asustar. La seguridad y la prevención de infecciones no debe basarse en el miedo, sino en la información y la educación, y eso en Ontinet lo llevamos muy a pecho. Y segundo, se crearon por primera vez las “herramientas gratuitas de desinfección”, para que los usuarios que estuvieran infectados pudieran limpiar sus sistemas. Y no es que no tuvieran un antivirus instalado, es que hoy es muy fácil actualizar un antivirus, pero en 1991 era bastante complicado hacer actualizaciones. Los usuarios actualizaban una vez… ¡al mes!
Si este virus intentara infectar hoy en día, estaría condenado a la extinción antes siquiera de poder abrir los ojos. Cualquier sistema antivirus con una mínima calidad (sé que pido mucho, lo siento) lo detectaría sin despeinarse simplemente con un análisis de comportamiento. Y si encima le añadimos un sistema heurístico avanzado, detección genética y análisis potenciado en la nube, significa que estamos hablando de ESET NOD32 y que no tienen posibilidad de acercarse ni un solo bit a nuestro ordenador.