Hace ya mucho, mucho tiempo (puffff…. Hablo de 1985) un buen amigo tuvo un problema muy serio con sus ordenadores. Tenía un programa de contabilidad, y había llegado al límite de las cuentas que podía manejar con el programa en función de la licencia que había pagado. El negocio iba muy bien, habían crecido clientes, proveedores… y sus previsiones iniciales se quedaron cortas.
Pero desgraciadamente, la empresa que tenía que aumentar la capacidad de ese programa, había quebrado y desapareció. Ante la duda de seguir con un programa que se había quedado pequeño o de comprar otro, lo tenía claro, había que comprar otro, pero era urgente que pudiera continuar con su contabilidad mientras buscaba un nuevo proveedor para sus necesidades informáticas.
Desesperado, me llamó. Necesitaba una solución, y “el amiguete que sabe de ordenadores” tenía que ofrecérsela. Conseguí contactar con personas de la extinta empresa que le desarrolló el programa, y la respuesta era, más o menos, igual en todos los casos: búscate la vida, nosotros no podemos hacer nada y nos da igual el programa.
La desesperación era grande, ya que pasaban los días y no había una solución decente. Mi amigo estaba trabajando con “abandonware” y la empresa necesitaba YA una solución. Así que una tarde decidí hacer lo que no había hecho hasta entonces: “reventar” el programa para poder ampliar el número de cuentas.
Eran mis primeros pasos en el “submundo” de la informática. Hice un plan maravilloso, en el que, únicamente con las herramientas que tenía el sistema operativo, debía averiguar dónde se almacenaba el valor del límite de cuentas a manejar. Gotas de sudor frío empezaron a recorrer mi frente solamente de pensar en el DEBUG.COM utilizado para editar unos ficheros que no tenía ni idea de cómo editar.
Armado con una buena dosis de paciencia y con provisiones adecuadas (¿he dicho que mi amigo tenía una fábrica de bombones?) inicié el análisis de los distintos ficheros. Pero cuando la suerte está de tu lado, lo está y mucho.
En menos de 10 minutos, encontré una cadena de caracteres que me iluminó la cara: “joshua”. ¿A ver, qué pinta “joshua” en ese programa? Los más ancianos del lugar, los que han visto “War Games”, saben a qué me refiero… Sin dudarlo, arranqué el programa de contabilidad, fui al menú de mantenimiento para ampliar cuentas, y cuando me pidió la contraseña para hacer el cambio, le puse “joshua». Dócilmente, el programa amplió sus características y mi amigo pudo respirar de nuevo.
Parece mentira, un “crackeo” usando herramientas tan básicas… hoy en día sería imposible. Cuando algún ilustre “cracker” (que no hacker) quiere hacer algo similar, necesita un DVD lleno de herramientas externas, muchas de las cuales ni sabe manejar bien: unas para capturar datos, otras le hacen el análisis de datos y otras le sacan conclusiones. Estos jóvenes de hoy en día…
El hacking, y por supuesto el cracking, emplea mucho más cerebro que herramientas. Parece mentira que no se hayan dado cuenta una panda de wannabies que pululan por esta nuestra Internet. Si algún día os topáis con un hacker de los de verdad, le reconoceréis por que usa muchas más neuronas que binarios descargados, entre otras cosas, porque es más divertido. ¿o no?
PD: Cándido Marful, director de la empresa de chocolates “Comercial Marful”, falleció el 20 de noviembre de 2014. Sit tibi terra levis.