A estas alturas de la partida, y tras varios meses pasados desde que comenzamos a conocer todo el entramado de espionaje internacional organizado por los EE.UU. y otros países como Reino Unido, pocas noticias relacionadas con este tema deberían sorprendernos. Sin embargo, desde que se confirmó hace unos días que la NSA espiaba a países aliados, no han faltado reacciones de indignación entre los espiados.
Quizá la respuesta más dura haya sido la del gobierno alemán, quien ha demandado explicaciones tras comprobarse gracias a documentos filtrados por el exanalista Edward Snowden que se estuvo espiando a la canciller Angela Merkel alrededor de 10 años. También ha reaccionado con indignación el gobierno francés ante las evidencias de espionaje que demuestran que los Estados Unidos han estado recopilando información confidencial de importantes personalidades de nuestros vecinos, aunque ya hubo antecedentes antes incluso de que las filtraciones de Snowden fueran hechas públicas.
Ante esta situación, y tras comprobarse que España también ha sido blanco de estos casos de espionaje durante años (aunque la respuesta de nuestro gobierno haya sido muy comedida), cabe preguntarse cómo nos afecta como ciudadanos de a pie toda esta polémica, y las que vendrán conforme se vayan publicando los miles de documentos filtrados en los próximos meses.
Para empezar deberíamos aceptar de una vez que todos los países poseen redes de espionaje, incluso para obtener información de países aliados. Suena violento, pero es la cruda realidad. Nadie está dispuesto a desaprovechar las ventajas que aporta el conocer información clasificada que puedan suponer importantes beneficios en un nivel geopolítico. Incluso mucha de esta información que se obtiene utilizando estos métodos poco ortodoxos sirve para prevenir acciones delictivas, en eso la mayoría de países están de acuerdo.
No obstante, la indignación que hemos visto en los últimos días no se debe a que Estados Unidos espía a sus aliados, sería algo hipócrita como lo fueron las acusaciones de esta potencia mundial sobre China a principios de año. Realmente, las quejas son más un pataleo de impotencia al comprobar que los EE.UU. juegan con mucha ventaja sobre el resto de naciones implicadas en esta red de espionaje al contar con la ventaja estratégica que les supone controlar una gran parte de los servicios que forma la Internet tal y como la conocemos hoy en día.
Si nos paramos a pensar, la mayoría de empresas que proporcionan los servicios y el software que utilizamos los usuarios tienen su sede en los Estados Unidos. Empresas como Microsoft, Apple, Google, Facebook o Twitter, por citar solo unas pocas, se rigen por las leyes americanas y, por mucho que lo nieguen de forma pública, han colaborado en mayor o menor medida en la mayor recopilación de datos privados realizada hasta la fecha de la que tengamos constancia. Todo esto sin contar con el acceso físico a algunas de las principales conexiones troncales de Internet, lo que permite analizar todo el tráfico que por ellas circula.
Esto proporciona a la administración americana una capacidad de recopilación de información como nunca antes habíamos conocido, si bien aún faltaría ver qué se hace con toda esa información. Estamos hablando de un volumen de tráfico de datos muy grande, algo que requiere de poderosas infraestructuras para siquiera tratar de detectar los datos más importantes y descartar el resto. No obstante, seguro que los datos de los objetivos más importantes reciben un tratamiento especial.
Y a nosotros, como simples usuarios de las redes de comunicaciones, ¿cómo nos afecta toda esta polémica? Pues para empezar, deberíamos asumir que toda nuestra información enviada a través de llamadas de teléfono, mensajes de texto, emails, etc., puede estar siendo monitorizada por nuestro país o por potencias extranjeras. ¿Significa esto que nos están espiando? Depende de cómo lo veamos. A una agencia gubernamental de seguridad le interesará más bien poco las fotos que publicamos online tras pasar un día con nuestros amigos y, muy probablemente ni siquiera se moleste en almacenarlas.
No obstante, a casi nadie le gusta que haya mirones revisando su vida privada, aunque el porcentaje de personas que están dispuestas a sacrificar su privacidad por una supuesta mayor seguridad difiere dependiendo de en qué país se pregunte. El problema es que hemos llegado a un punto en que el uso de este tipo de redes se ha convertido en esencial y el acceso a ellas se realiza de la forma más sencilla posible para el usuario.
A pesar de que se ha desvelado cómo la NSA y otras organizaciones han conseguido espiar comunicaciones cifradas, siguen habiendo métodos al alcance de todos para conseguir una privacidad más que satisfactoria. El problema no es tanto que haya un gobierno queriendo obtener nuestros datos, sino que la gente se conciencie y aprenda a utilizar procedimientos que les garanticen una mayor privacidad.
Para comprobarlo podemos hacer una prueba sencilla que consiste en preguntar a nuestros amigos y familiares cuántos de ellos cifran sus discos, establecen contraseñas robustas o utilizan redes VPN cuando se conectan a redes inseguras. La mayoría de ellos no aplicarán estas medidas e incluso puede que nos cataloguen de paranoicos. El problema no está en que se espíe a la gente, algo que, en ciertos casos, puede suponer evitar delitos si se hace con autorización judicial y por las fuerzas y cuerpos de seguridad autorizadas. El problema es que a la mayoría nos da igual, o al menos eso se deduce tras comprobar la poca protección que otorgamos a nuestros datos privados o que incluso publicamos voluntariamente en redes sociales.
Por supuesto que hay leyes que protegen esta privacidad del individuo, pero ya hemos visto con ejemplos como la “Patriot Act” que estas pueden ser modificadas por el gobierno de turno según le convenga o como respuesta a incidentes que afecten a la seguridad nacional. Es por eso que la lucha por nuestra privacidad ha de empezar por nosotros mismos, protegiendo aquellos datos que no queremos compartir voluntariamente, utilizando los mecanismos de los que disponemos (incluso incluidos dentro del propio sistema operativo) para mantener nuestra información alejada de miradas indiscretas.