¡Alegrémonos! ¡Entonemos cantos de felicidad y alborozo! ¡Sea nuestra dicha eterna! Madrid, villa y corte, dispone de 6 plazas, 6, con acceso gratuito a una red WiFi. Son las muy castizas plazas del Humilladero, de la Paja y de la “Prospe”; la siempre repleta de universitarios libando alcohólicos cócteles de Santa Bárbara, la comercialérrima de Felipe II y la plaza de Emilio Jiménez Millas (mal llamada “de los Cubos”).
Sin duda va a ser un gran avance, y no digamos ya cuando este verano el Metro también disponga de WiFi para sus usuarios. Y esto sin contar los numerosos quioscos de prensa que ofrecen WiFi gratis en sus alrededores, los autobuses municipales… Si el refrán era “de Madrid al Cielo y allí un agujerito para verlo”, ahora diremos “de Madrid al Cielo y allí un punto WiFi abierto”.
Y además, como estamos en tiempos de crisis, nada mejor que la solución aportada: ¡WiFi gratis! Es decir, no tendremos que “consumir datos” de nuestro móvil. Todo es maravilloso.
Nunca nos cansaremos de repetir que las redes WiFi, por muy gratuitas que sean y muy cómodas que resulten al estar en la calle, pueden ser peligrosas. La información que transmitimos a través de ellas puede ser vista por cualquier persona que quiera verla.
El tener en plena calle una red WiFi que podamos usar supone que también la puede usar cualquier otra persona. Y si se conecta con un sistema que “escuche” nuestras transmisiones, estaremos regalándole toda nuestra información.
Vale, sí, no vamos a hacer nada extraño. No nos conectaremos al banco. Así por lo menos nuestro dinero puede que esté a salvo. ¿Y el resto de las conexiones? Miremos por un momento nuestro móvil: sin exagerar mucho, es posible que haya al menos cuatro programas que estén activos mostrando información sensible. ¿Tantos? Pensemos: WhatsApp, Facebook, Twitter y el lector de correo electrónico. Y si no son ellos, son Telegram, Tuenti o cualquier otro.
Para poder estar disponibles en WhatsApp, o en cualquier otro servicio, cada cierto tiempo la aplicación envía a los servidores nuestros datos de conexión. Y mucho más si de repente cambiamos de red (por ejemplo, de usar conexión 3g o 4g a WiFi), ya que habrá que validarse de nuevo. Y para ello, nuestro nombre de usuario y contraseña es enviado de nuevo.
Nuestra privacidad se puede ver comprometida seriamente. Si alguien consigue nuestros datos, podrá hacerse pasar por nosotros, publicar, decir y exponer cosas en nuestro nombre. Y si es un ladrón de datos, seguro que no dirá que somos personas maravillosas.
Pero añadido a este peligro, veo uno mucho mayor: la mayor parte de esas plazas (por no decir todas) son lugares en los que se suele reunir la gente a practicar “botellón”, con lo que la aglomeración está asegurada. Y apuesto a que cada practicante del botellón tiene un smartphone con el que está subiendo a Instagram sus fotos.
Las redes WiFi abiertas pueden ser muy útiles, pero son tremendamente peligrosas. Debemos evitarlas al máximo, y elegir siempre una red con algún tipo de seguridad, por baja que sea, pero que no sea tan sencillo ver nuestras transmisiones.
Y ya puestos a pedir, en cada smartphone debemos tener algún sistema que nos alerte de que estamos conectados a una red WiFi abierta, para evitar sustos. Aunque nuestros lectores ya lo tienen… ¿o no?
Fernando de la Cuadra
@ferdelacuadra